domingo, 10 de junio de 2012


Las gatas piensan que yo también soy gato, es decir, de su especie felina. Lo descubrí hoy por la noche. Miré por la ventana del piso de arriba hacia el patio y las gatas me miraron como si fuera otro gato. Yo lo intuía de antes porque las gatas me tratan de una manera más animal.


Los santiagueños que trabajan en el local no dicen “acá”, dicen “aquí”. Yo me reí y les hice notar que decían “aquí”. Ellos se burlaron de mí y me contestaron:
-indio toba, caballo.

No sé que tiene que ver con los tobas. En el interior conservaron formas más españolizadas. Toda la tarde estuve hablando con los empleados. Les dije que nos explotaban a todos, que nosotros no teníamos la culpa de que al negocio le vaya mal, que si éramos responsables de eso tendríamos que participar de las ganancias, que estábamos casi en negro, que cómo podía ser, que no teníamos seguro ¿y si nos pasaba algo en el trabajo?
Terminé: el salario es miserable. No tenemos que volver a trabajar acá nunca más. Todos de acuerdo.
Dijeron: “¡no vamos a trabajar nunca más en esta porquería!”.
Fue un rato de rebeldía. Cuando vino el dueño a pagarnos “las miserias” estábamos todos mansos como caballitos. En el colectivo me puse a llorar por las injusticias ¡había tanto por consumir! Esos zapatos, esos libros nuevos ¡esos libros y esos viajes de placer! ¿Cómo rechazar un mundo que es para comprar?

No hay comentarios:

Publicar un comentario