Soñé que iba a un recital de Ringo Starr.
Él estaba joven y vigoroso. En un momentos nos decían que no era Ringo sino
Harrison. Su cara era la de Ringo. Nos enterábamos ahí, era el hermano perdido
de Rodrigo. Ambos habían nacido en una fábrica de cerveza durante la segunda
guerra mundial. Me parecía verosímil y hasta obvio. Nos invitaba al detrás de
escena de su recital, me ponía un vestido blanco y antiguo y bajábamos los dos del
brazo por una escalinata de mármol. Yo estaba perdidamente enamorada de Ringo,
me parecía la persona más divertida e interesante del planeta. Eso, en el
sueño, no se manifestaba como un conflicto. A fin de cuentas mis preguntas eran
¿Me dará bola para siempre? Digo, es Ringo y es maravilloso.
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