que provienen
del centro
de la tierra,
lugar al que
jamás podremos
acceder.
Son placas tectónicas
que chocan
entre sí
imperceptibles
para la frecuencia
de nuestros
oídos.
En tercero de polimodal
me saqué un 1
en física experimental.
El profesor,
una especie
de genio
de la astronomía
que había
quedado fuera
del sistema de becas
e investigación
argentinas,
me dió
una última
oportunidad:
traer un experimento
a la clase
para salvar
la materia.
Eran días fríos
de diciembre,
fui a lo de rocke
que arreglaba
electrodomésticos
rotos del barrio.
La gente no tira
emparcha todo
como puede
hasta que aguante
hasta que no dé más
hasta que se incendie
hasta las computadoras
que reparte el gobierno.
Ya sé, me dijo
inventemos
una máquina
que capte
otra frecuencia
una que el oído
no pueda.
Nos quedamos
hasta la madrugada
y la inventamos
con pedazos de
electrodomésticos
unidos con cinta aisladora
como un Frankenstein,
aunque no sé
acerca de su efectividad
quizás era
nuestra imaginación
la que escuchaba un pitido
en los auriculares
remendados.
Fui orgullosa
al colegio
y expliqué
la idea de frecuencia
que por supuesto
ahora olvidé
como olvidamos todo
por estos días.
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