viernes, 19 de junio de 2015



Cuando era adolescente y me peleaba con mi familia o algún novio, que era casi como todo el tiempo porque me había empeñado en establecer una guerra constante, me iba a llorar a un pino gigante que está todavía en el parque de mi casa. Es algo tonto, pero me abrazaba al pino y lloraba. No quería resignarme a perder. En invierno imaginaba que dentro del pino vivían un montón de duendes y que sería lindo vivir con ellos, resguardada de la realidad. Ahora que vivo en un departamento extraño mucho a este pino y a la naturaleza como consuelo o como estado anímico. Me gusta la ciudad pero siento que el campo te fortalece, porque te hace más rústico y te da una sabiduría distinta. Lástima que para obtener más de eso haya que quedarse.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario