Alguien el sábado se puso un pulóver de rombos para la cena y descubrimos que, en medio de los rombos y la lana un poco gastada del pulóver, había pequeñas personitas o formas casi humanas que se repetían en el patrón sin ser muy claras.
En el piso negro con manchas blancas de mi baño hay formas y figuras que forman la cara de un gato y también de una suerte de persona con los ojos muy grandes que mira fijamente.
Habría una conexión entre la forma y lo que la mente piensa que forma. Un fantasma de la forma o algo así.
Cuando era chica me parecia percibir, arriba del placard de la pieza de mi mamá, una especie de escondite para algún ser que pude ver muy bien un día de mucha fiebre.
Al mismo tiempo, había una ventana que daba al pulmón de la casa. Un cuadrado tipo terraza al que no podíamos acceder. Que hubiera una habitación sin puerta me generaba muchas fantasías. Pensaba que podía esconderme ahí o construir mi propia guarida. Ahora las casas que habito no tienen escondites ni fantasías. Una vez metí la mano hacia el fondo, en un mueble empotrado de madera, y encontré una botella vieja de licor llena y sin abrir, pero el tiempo había evaporado parte del líquido.
En la pieza de mi tío Gustavo había una biblioteca falsa que se podía abrir y adentro había un escondite muy húmedo en el que había revistas viejas, diarios y máquinas de fotos. También una caja de cartón con muchos papelitos del loto, muchísimos papelitos.
No entendía cómo, después de haber jugado tanto, nadie hubiera ganado nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario