sábado, 15 de agosto de 2015

Un texto de Harry Mathews

Un tipo de tristeza dice: el fin existe antes del comienzo. Subestima el futuro al prever que que no quedará nada de lo que está por pasar. Lo que implica que a veces algo sí queda, aunque solo como expectativa, nunca como hecho (...) Lo que siempre pasa, en realidad, es que no queda nada; el momento se termina, el día se termina, la comida se termina, la película se termina, el circo se termina, el abrazo se termina, la botella de Chambertin Clos de Bèze 1937 se vacía, la clase se termina, el curso se termina y los estudiantes se van de tu vida, y la vida también se termina -la de mi padre, la de George, la de Bob Auzanneau- y nada queda, nada queda, salvo yo. El cambio puede ser menos radical de lo que suena si comprendo que nunca hubo nada salvo yo mismo, y la botella, y el circo y Bob existieron dentro de mí. Como consuelo, está garantizado que éste no funcionará siempre. Nada queda del abrazo, y yo me hundo camino al sueño, o miro a mi al alrededor para ver que pasará después. A veces esta tristeza viene después. ¿Cómo podemos seguir exponiéndonos a una desilusión tal? ¿Qué inspiró en nosotros esa añoranza imposible por algo conclusivo? ¿Quizás fue el hambre las que nos hizo experimentar el deseo de poner algo dentro de nosotros, ¿y ese deseo tenía un cuerpo como objetivo? Tragarla, ser tragado por ella: dos actos aparentemente terminales cuya ilusión es más ¨sólida¨, más duradera (...) Te quiero y no puedo tenerte. Te lo dijiste a vos mismo: ¨Ya te has ido¨. Entonces escribo estas líneas, y dejo el problema (en el caso de que sea un problema) intacto y sin modificar.


Nueva York, 1983

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